PSICOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD

A primera vista, la psicología y la espiritualidad parecen ser aliadas improbables. La religión, con razón, sospechaba de la fuerte tendencia de la psicología a reducir toda la conducta y experiencia humana a fuerzas sexuales inconscientes (psicoanálisis), o a descartar cualquier experiencia como fundamentalmente irrelevante si ésta no obedecía a ciertas leyes empíricamente validadas y si no se podía observar y medir (behaviorismo). Los fanáticos religiosos a menudo estaban prestos a descartar una psicología que reflejaba los valores de una cultura materialista y secular y la veían como la obra del demonio diseñada para desacreditar su fe y hasta destruirla.

Esta relación recelosa y hostil comenzó a cambiar dramáticamente durante los años 60, de parte de ambos lados. En la psicología, las semillas del cambio se sembraron en muchos escritores, como Maslow, Jung, Rogers y los psicólogos existenciales y humanísticos. El centro de interés cambió hacia una visión más respetuosa de nuestros esfuerzos creativos y espirituales y se puso mayor énfasis en el momento presente y en el futuro cambiante en contraste con el ver a la gente aprisionada por las cadenas de su pasado. Los psicólogos humanísticos y transpersonales han buscado cada vez más la espiritualidad como una fuerza orientadora para sus investigaciones. Interesante por demás, es que en buena medida estos esfuerzos se han concentrado más en el oriente que en occidente, y han utilizado técnicas y maestros (gurús) con orientaciones predominantemente hindúes o budistas, sin mencionar las seculares, en oposición a las de nuestra propia herencia judeo-cristiana.

Acompañando este notable cambio de la actitud psicológica hacia la experiencia religiosa ha habido un cambio similar de parte de las instituciones religiosas, como se ha visto particularmente en la Iglesia Católica desde el Vaticano II. En el increíble corto período de tiempo que siguió a este gran Concilio, las puertas que habían estado cerradas al cambio se abrieron de par en par. A medida que las nuevas formas de la psicología ganaban popularidad, el deseo de la iglesia de hacerse más accesible al mundo secular y más receptiva a las necesidades de sus miembros la encaminaron hacia su anterior adversario. Esto se vio más especialmente en el área de las relaciones interpersonales, donde los discernimientos y las técnicas psicológicas fueron de gran valor.

A pesar de este acercamiento, sin embargo, permanece el hecho de que la psicología y la espiritualidad son diferentes. Enfatizan diferentes niveles de experiencia porque sus cimientos descansan sobre premisas que se excluyen mutuamente. Sin embargo, es en esa diferencia donde radica el valor de la psicología para la espiritualidad. La psicología no puede enseñarnos nada sobre la vida espiritual, pero sí puede enseñarnos mucho sobre nuestro yo personal, lo que llamamos el “ego”, el cual interfiere con nuestra relación con Dios.

Es irónico que el brillante análisis de Freud sobre el funcionamiento de la psiquis pueda utilizarse para intensificar el crecimiento espiritual de uno. A través de su vida, Freud siguió implacablemente la idea de que todas las experiencias y creencias religiosas en el mejor de los casos eran neuróticas y en el peor de los casos eran psicóticas, por ser nada más que proyecciones de conflictos infantiles reprimidos. Su propia teoría, no obstante, nos enseñaría que uno jamás lucha tanto en contra de algo a menos que se sienta correspondientemente atraído por ello, aun cuando esa atracción esté fuera de la conciencia. Uno podría concluir que todo el sistema teórico de Freud fue diseñado, en un nivel, para defenderse en contra de la “amenaza” que él sentía de su poderosa espiritualidad. Así pues, se esforzó por creer que el mundo material era la única realidad, por lo que su sistema de pensamiento se convirtió en el velo detrás del cual permanecía escondida la vida del espíritu. Al darle un propósito diferente, sin embargo, la descripción sistematizada de la dinámica del ego puede servir como un poderoso instrumento que nos libere del aprisionamiento de la culpa y del miedo, las más poderosas armas del ego en su guerra contra Dios.

Además, es justo decir que sin Freud no habría habido Un Curso de Milagros. Por lo tanto, aunque incapaz de ayudarnos a entender al Dios que buscamos, la psicología puede ser extremadamente importante en la remoción de las barreras que interfieren con nuestro movimiento hacia El. Puede convertirse en un medio importante que Dios utilice para acercarnos a la verdad última sobre quiénes somos verdaderamente y quién es El, nuestro Creador.

Extracto del libro “El perdón y Jesús: El punto de encuentro entre Un Curso en Milagros y el Cristianismo”, de Kenneth Wapnick, adaptado por Xavi Demelo)

Imagen de Engin Akyurt en Pixabay

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