Se conocieron, se gustaron, se probaron y a partir de ahí lo suyo fue un vendaval de amor, un descenso a los infiernos y ascenso a las alturas con parada en el séptimo cielo; en un mes de relación pasaron por tantas etapas desordenadas, tantas emociones desbordadas, tantos sentimientos contradictorios que la cosa acabó declarándose por ambas partes poco menos que insoportable.

El, que amaba en ella la profundidad de sus ojos, el timbre de su voz resonando en el patio de butacas y la cadencia de sus caderas cuando hacían el amor, y ella, que gozaba en él su pelo ensortijado, el humor de sus escritos y una cierta femineidad recién descubierta en el sexo, decidieron acabar con esa incomodidad y dar un paso atrás en su idilio. Pretendían aplicar ahora la prudencia que no tuvieron, descubrir la templanza que les faltó, sacar de paseo por fin al miedo paralizador y realizar aquel análisis objetivo del otro que no hicieran en su momento.

Y se fueron distanciando. Las circunstancias; los amigos, los amantes, los ex amigos, los ex amantes, las familias habidas y de nuevo cuño, los compromisos sociales y profesionales y, sobre todo, el sentido común (que NO es el más común de los sentidos), fueron reclamando y consumiendo los pedazos del pastel de ese espacio común (que NO es el más común de los espacios) que tan espontáneamente habían construido. Además, los dos eran artistas, y… ¿dónde se ha visto que un artista sea feliz? El artista tiene que pasar por todos los grados de la infelicidad habidos y por haber si quiere crear algo digno, eso lo sabía todo el mundo, empezando por ellos mismos. Así que, lenta, imperceptiblemente, fue llegando el final. El recordaba que dijo la última palabra una noche, en un bar, y ella estaba segura de haber dado el último portazo una mañana, en casa de él. El – probablemente inspirado por el recuerdo de ella – escribió las más hermosas historias de desamor y de muerte y ella – quizás aún motivada por la antigua admiración hacia él – interpretó los personajes más desgraciados en las más desgarradoras tragedias que jamás pisaron los escenarios.

Pasaron los años; las circunstancias que motivaron la marcha atrás habían desaparecido y habían aparecido otras. Lo mismo pasó con los amantes, amigos, etc. Los dos tenían vidas ricas y plenas, profesional y socialmente hablando. De vez en cuando hasta se permitían el lujo de tomar vacaciones.

También, muy de tarde en tarde y cada vez con menos frecuencia, ella, al recibir el aplauso del público, o él, al ver uno de sus artículos publicados, sentían un pequeño y casi insignificante dolor en el pecho, como un lejano e ignorado lamento, un lamento que proviniera de un espacio hueco que parecía no acabar de llenarse jamás, por más éxitos, dinero, amantes, amigos, compromisos sociales y profesionales y circunstancias varias que le echaran dentro.

Xavi Demelo