Y tu jefe también. Y el vecino que pone la música a todo trapo. Sorry.

Sorry tú, por si acaso (esto va por el que escribe los titulares, que me cae gordo, por más espiritual que sea).

Lo que ya se sospechaba desde el principio de los tiempos se acaba de confirmar: Todos somos hijos de Dios (incluso los mal llamados hijos de la re-puta-que-te-parió), tenemos un alma inmortal, un Ser Infinito y, no hay que olvidarlo, un pedazo de ego como un castillo.

El ego espiritual no ha tardado en reaccionar a la noticia: En un comunicado mental dirigido a todos los eguitos que se llaman a sí mismos espirituales, ha lanzado un mensaje tranquilizador, asegurando, entre otras cosas, “que siempre habrá categorías en la espiritualidad” y “que los talleres, libros, seminarios y retiros a los que se ha asistido contarán para iluminarse antes que los demás”.

“Estad tranquilos y seguid menospreciando interna y externamente a los densos. Eso sí, quizá de forma un poco más sutil. O sea, cortaros un poquito”. – concluía el comunicado.

A raíz de estos sucesos, se rumorea que algunas corrientes espirituales están recomendando a sus adeptos que se diferencien del resto de mortales adoptando algún signo externo que los distinga. Como, por ejemplo, meditar hacia atrás a la pata coja, rezar en voz alta en el metro o hacer el amor mientras se comenta la biografía de Buda, Osho, Lao-Tsé o el Dalai Lama.

Xavi Demelo

Spiritual fellow

Imagen de Dimitri Houtteman en Pixabay