“Prefiero ser un individuo completo, antes que una persona buena”

Carl G. Jung

La sombra está conformada, entre otras cosas, por todo lo que el inconsciente rechaza de sí mismo. Vendría a ser como el saco que utiliza el ego para esconder aquello que considera malo, que desea mantener en secreto, lo que se oculta por miedo a lo que puedan pensar los demás. O sea, hablando en plata, el depósito de las culpas que el ego ha decidido ir cargando desde que nació. E incluso antes, si me apuras. Se manifiesta en situaciones, relaciones, síntomas físicos y emocionales y experiencias a lo largo de la vida.

También comprende todas nuestras cualidades y potencialidades a desarrollar. Aunque lo sojuzguemos en base a mandatos familiares, usos y costumbres sociales y culturales, etc., nuestro potencial interior siempre acabará saliendo. Para alcanzar el estado mental de paz interior, debemos buscar la integración de la sombra en nuestra consciencia. Debemos aprender a gestionar nuestra sombra, a conocerla cuando se expresa.

Jung definió la sombra como lo que una persona no desea ser: “Uno no se ilumina imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad; un procedimiento, no obstante, trabajoso y, por lo tanto, impopular.” Demasiadas veces tratamos de ocultar ante los ojos de los demás nuestros enfados, ansiedades, miedos, emociones y percepciones. Estas represiones afectan directamente a nuestro inconsciente. Allí ocultamos las emociones reprimidas, las que creemos que no podemos mostrar en sociedad por temor a ser rechazados, uno de los mayores miedos inconscientes. La sombre se proyecta continuamente en todo lo que nos rodea; es uno de los caminos del inconsciente para mostrarnos nuestra otra cara.  Y también, por qué no decirlo, es una indicadora constante de dónde y cuándo debemos aplicar el perdón y el cambio de pensamiento.

Dice Gary R. Renard que la sombra vendría a ser la mente errónea, en la que el ego proyecta continuamente la imagen de todo aquello que deseamos ocultar, la cara de la culpabilidad, lo que nos permite mostrar otra cara de inocencia al mundo. Cuando utilizamos la mente recta, que se la que nos enseña el Espíritu Santo, comprendemos que la mente errónea es la ilusión y que no es real. La errónea domina este mundo real; por ello nos manifestamos dualmente: lo que queremos mostrar al mundo y lo que queremos ocultarle. A esto último lo llamamos sombra. La sombra contiene la mayor parte de la culpa inconsciente, que el ego rechaza constantemente.

Debemos escuchar a la sombra para descubrir los ardides del ego. Este siempre está interesado en la disputa y en la controversia, pues así se asegura la pérdida de la paz mental. Y sin paz mental no es posible la disolución del ego. El ego sin la culpabilidad no tiene razón de existir. Por eso la ama tanto. Es la roca sobre la que ha edificado su iglesia. La culpa nos lleva a repetir las historias. ¿Para qué? Para aplicar el perdón, integrándolas cuando aquietamos nuestra mente y cambiamos la percepción de lo que vemos.

Proyectamos en la sombra la creencia de que nuestras enfermedades son ajenas a nosotros y así nos mantenemos en una adolescencia emocional. Renunciamos a la propia responsabilidad. Una persona sana hace precisamente lo contrario: Alinea lo que piensa con lo que siente y hace. A eso se le llama coherencia emocional. Una de las maneras de recuperar la coherencia consiste en estar alineado con la propia sombra. Para ello debemos liberarnos de la culpa, encauzar nuestras emocionas y reverenciar las que mantenemos ocultas a los ojos del ego.  La sombra tiene un potencial ilimitado de expresión, al liberarla con el amor, sin añadir juicios, uno puede extraer de ella una energía enorme que impulsa a alcanzar metas mayores y a manifestar todas nuestras capacidades y potencialidades.

(Texto basado en «Curación a través de UCDM», de Enric Corbera, adaptación libre de Xavi Demelo)

Imagen de Free-Photos en Pixabay

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